El apetito y la sensación de saciedad, esos dos topes que gobiernan
la ingestión de alimentos, constituyen un mecanismo regulador finísimo, integrado por
delicados procesos fisiológicos, en gran parte mal conocidos. Lo que sí sabemos es que en
este mecanismo intervienen elementos psíquicos de gran importancia. Basta para probarlo el
recuerdo de la influencia que un manjar sabroso y bien presentado ejerce sobre la capacidad
y el placer de comer. Elementos aun menos directos, como la temperatura, la luz, la música,
el agrado de la compañía, influyen poderosamente sobre el apetito. Nada de extraño tiene,
por lo tanto, que todos esos factores psíquicos condicionen el apetito y le impriman
variaciones considerables, aunque con gran frecuencia inconscientes. La sensación de
saciedad, que limita la ingestión de alimentos, constituye, en cierto modo, una medida
subjetiva de lo ingerido. Juzgamos de la cantidad de alimentos que hemos deglutido no
tanto por la apreciación de esa cantidad en si como por el sentimiento de repleción o de
vacío que experimentamos después de comer. Es posible que en esta sensación de saciedad
intervengan fenómenos difíciles de apreciar, como la elevación metabólica que sigue a la
ingestión alimenticia; y que esta elevación metabólica ofrezca variaciones individuales. De
cualquier modo, la frecuente rebeldía del obeso contra su mal, debía motivarla no la escasez
proporcional del alimento ingerido, sino la falta de sensación de saciedad que ese alimento
le proporciona.
Si somos de los que sabemos que hasta el aire nos engorda, pues restrinjamos con agrado lo que tenemos muy presente nos hace aumentar, todo en exceso y todo en deficit hace mal, hay que elquilibrar el estomago hay que enseñar al paladar.
ANIMO CUALQUIER CAMBIO SEGURO LO NOTARAN !!!!!!
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